ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Terraza del Hotel Brighton de Valparaíso
Terraza del Hotel Brighton de Valparaíso


Carolina Díaz, Patricio Fernández y Roberto Brodsky
Carolina Díaz, Patricio Fernández (Los Nenes
en Anagrama) y Roberto Brodsky en el hotel Brighton, Valparaíso


Paula de Parma y Brodsky junior
Paula de Parma y Samuel Brodsky alias Congelado en Tunquén, Chile, frente al Pacífico.
En esta terraza V-M pensó el arranque de
El mal de Montano



CRÓNICA DE UN HOMBRE ENFERMO DE LITERATURA

ROBERTO BRODSKY

El Mal de Montano”, de Enrique Vila-Matas.
Tras obtener los premios Ciudad de Barcelona y Rómulo Gallegos 2001, por sus libros “Bartleby y Compañía” y “El viaje vertical”, respectivamente, el barcelonés Enrique Vila-Matas se ha convertido en uno de los autores imprescindibles en lengua española. En “El Mal de Montano”, su última novela, distinguida con el Premio Herralde 2002, el escritor presenta al chileno Felipe Tongoy, el hombre más feo del mundo.

“Soy un hombre enfermo de literatura”, me dijo el escritor Enrique Vila-Matas el día que lo conocí, en las vísperas del Año Nuevo 2001, pocas horas después de haber aterrizado en el aeropuerto de Santiago acompañado de su mujer, Paula Massot. Entonces yo había ido a saludarlo al hotel donde se hospedaba como invitado del jurado del Concurso de Cuentos de Revista Paula,  y en ese momento admito que no entendí del todo a qué se refería. En cambio observé al hombre que profería semejante sentencia como si se tratase del mismísimo demonio emergiendo de las sombras: “Soy un hombre enfermo de literatura”, decía, y no sé por qué recordé en ese minuto un parlamento de Klaus Kinski en el Nosferatu de Herzog, cuando el monstruo, avergonzado de su vejez, confiesa su condena ante la belleza inmaculada y casi transparente de Isabelle Adjani. No hay nada más triste para un hombre que no poder morir, admitía lacónicamente Nosferatu en la película, y era como si dijera también: míreme, soy un hombre enfermo de literatura. El pensamiento de la muerte, en efecto, ocupa un lugar de privilegio en la historia de la literatura, y no es raro que el mito del vampiro figure entre los favoritos de los escritores.

Esta primera impresión de Vila-Matas consumido y habitado por el mal de la literatura, con ser algo brutal y precipitada, se desvaneció casi en seguida. La advertencia de la llegada dio paso al trato de un escritor generoso, desprendido de su propia importancia -al revés justamente de quienes, sin tenerla siquiera en un grado intermedio, se la atribuyen a manos llenas-, capaz de olvidar su magisterio sobre las nuevas generaciones cuando justamente todos esperan que ejerza de gran demiurgo. Corría el mes de diciembre y el escritor barcelonés venía precedido de dos títulos que darían que hablar en los meses siguientes: “El viaje vertical”, una novela que recrea la figura del padre en la persona de un hombre ya maduro a quien su mujer lo bota de la casa, y “Bartleby y Compañía”, una anti historia que a modo de cita a pie de página recorre un catálogo personal de escritores que un buen día renunciaron al oficio y abrazaron el silencio que todo lo excusa. Dos libros muy diferentes uno del otro, pero emparentados por la escritura inconfundible de Vila-Matas, uno de los autores más raros y excéntricos del actual panorama de las letras hispanoamericanas.

Célebre y secreto al mismo tiempo, con una veintena de títulos publicados, Vila-Matas ha ido  gestando casi sin proponérselo una tradición literaria propia, ajena a tendencias de mercado y modas retóricas, levantando en cada nuevo libro una biblioteca de uso privado que reúne autores tan diversos como Pitol, Cheever, Kafka y Sterne, entre otras innumerables lecturas transversales, y que hoy parece abierto a todas las mezclas y heterodoxias que cruzan el camino de su novelística. En el conjunto de su obra se distinguen sin embargo dos vías o recursos de ficción: uno que provoca y se dispersa en muchas historias aparentemente inconexas, y otro que se concentra en un solo trazo argumental y lo hace resbalar hasta derribarlo hacia el final del relato. A modo de ejemplo, si en títulos como “Historia abreviada de la literatura portátil” o “Hijos sin hijos” la narración se desentiende de la continuidad y estalla entre retazos, fragmentos y objetos perdidos para dar una imagen del mundo como un texto infinito, a medio camino entre el ensayo, la autoficción y la cita de autores, otra línea más tradicional apela a la anécdota novelesca para ampliar las fronteras del relato realista, como sucede en la trilogía que conforman  “Lejos de Veracruz”, “Extraña forma de vida” y “El viaje vertical”.

Es la doble vida literaria de Vila-Matas, cuyas máscaras disímiles quedan siempre unidas al autor por el tono de broma infinitamente serio con que aborda los temas y obsesiones que rondan sus libros: la relación biografía-escritura, el viaje por ciudades reales que luego la lectura reinventa, el peligroso juego de habitar los recuerdos de otros escritores vivos o muertos, y claro: el silencio o la incontinencia de los hombres enfermos de literatura, porque en ellos se juega el destino mismo de la aventura.

CABALA CHILENA
Paradójicamente, fue luego de visitar Chile y de declararse enfermo de literatura que el autor barcelonés recibió un doble reconocimiento público por los ya citados “El viaje vertical ” y  “Bartleby y Compañía”. El primero obtuvo el Premio Rómulo Gallegos 2001, y el segundo el Premio Ciudad de Barcelona y la distinción al Mejor Libro Extranjero publicado en Francia. Como para creer que nuestro país hizo de cábala ante la fortuna de Vila-Matas, quien hasta entonces nunca había recibido galardones en toda su larga carrera literaria. Ahora, con “El Mal de Montano”, su más reciente entrega, está claro que el vínculo propiciatorio existe: favorecida con el Premio Herralde  2002, la última novela Vila-Matas recrea su visita a Chile como un delirante juego de sombras baudelerianas que lo sorprenden en la muy concurrida terraza del Hotel Brighton de Valparaíso, en medio de los fuegos de artificio y del ulular de las sirenas que saludan el Año Nuevo.

“A finales del siglo XX fui a Valparaíso para pensar en la pólvora”, dice el narrador ya en los comienzos de la primera parte. “No es que fuera precisamente con esa intención al puerto chileno, pero las circunstancias hicieron que el día de fin de año, en la terraza del Hotel Brighton, viendo los fuegos artificiales que despedían el siglo, yo acabara teniendo la impresión de que el destino había programado secretamente que yo viajara a Valparaíso para pensar en la pólvora. Y en la muerte, todo hay que decirlo”.

El narrador es un crítico literario llamado Rosario Girondo que se ha inventado un hijo llamado Montano con el fin de traspasarle algunas de sus angustias y tribulaciones. “A finales del siglo XX -hoy 15 de noviembre de 2000, para ser más exacto- le he visitado en su casa de Nantes”, declara el narrador, quien asegura que su hijo Montano se ha convertido en un ágrafo trágico, aquejado del síndrome de los escritores que renuncian a la literatura. Es decir, Montano es un héroe más del anterior libro de Vila-Matas, “Bartleby y Compañía”. Así, poco antes de viajar a Chile, Girondo visita la ciudad francesa de Nantes donde confiesa cuál es el verdadero problema que lo trae de un lado a otro: “Vine a Nantes para ver si podía olvidarme un poco de que soy un enfermo de literatura”, dice. La  frase no sólo arrastra el eco del héroe de  “Pedro Páramo”, la novela de Juan Rulfo, sino que tiene la cualidad de desestabilizar con una sola estocada las rígidas distinciones entre realidad y ficción, enmascarando una con otra y trasgrediendo las fronteras entre los propios géneros literarios. De hecho, Girondo escribe un Diario donde narra todas estas cosas, pero a la vez Montano escribe un cuento donde intenta curarse de su mal, luego de publicar una “peligrosa novela sobre el enigmático caso de los escritores que renuncian a escribir”. Estamos recién en el comienzo del libro y la narración ya adquiere una densidad elevada a la ene potencia: la del relato de Girondo que encarna el desborde de alguien que todo lo asocia a la literatura, la de su falso hijo Montano que intenta sacudirse del mal de Bartleby, la de la historia del viaje imaginario a Nantes para curarse de la literatura, y la del viaje real a Valparaíso para celebrar el Año Nuevo lejos de Barcelona, la ciudad natal donde “nadie parece interesado en conocer fragmentos de mi vida”, alega Girondo.

Pero, ¿qué significa estar enfermo de literatura? Ante todo, significa referir cada incidente o acontecimiento de la vida, por nimio que sea, a la condición de frase leída, de texto recordado, de escritor habitado anteriormente por ese mismo hecho convertido en producto de la imaginación.  El uruguayo Juan Carlos Onetti llamaba “literatosis” a esta incontinencia bibliomaníaca, capaz de transformar el vuelo de una mosca en la duda de Hamlet y reconstruir de paso la biblioteca del mundo mediante este breve impasse shakespereano. El término es tan exacto que el narrador de Vila-Matas lo recupera para burlarse de su propio mal, sabiendo que en la burla ya está la cura capaz de alentarlo y hacer aparecer su enfermedad como lo que es en verdad. Es decir: una batalla por los derechos de la ficción.

LA APARICION DE TONGOY
Novela-laberinto, novela-delirio, novela-escorpión con el aguijón vuelto sobre sí mismo, sobre su propia lectura y existencia, “El Mal de Montano” es un libro destinado a ser releído muchas veces. Diccionario tímido de autores, Diario de un escritor engañado, Proclama de guerra contra los enemigos de lo literario o Conferencia sobre el Quijote en el colérico comienzo del siglo XXI,  la multiplicidad de entradas que permite la nueva novela de Vila-Matas es tan amplia que no exagera la crítica española cuando afirma que se trata del más arriesgado relato de cuantos ha publicado su autor.

De Nantes a Valparaíso y de Barcelona a las Islas Azores, pasando por Budapest y Praga, los sitios y las ciudades que Girondo visita en su larga travesía por “El Mal de Montano” son tan variados como los autores que cita y de los que se hace acompañar. Se trata, como el propio Vila-Matas ha dicho, de levantar junto a la narración una auténtica topografía literaria que haga de faro del fin del mundo ante el proceloso mar de autores y textos en la agonía del siglo veinte y comienzos del veintiuno: los ejemplos de Walser, Kafka, Gombrowicz, Musil y Kertesz, por una parte, y los escritores de diarios personales como Cheever, Valery y Pavese, por la otra, marcan junto a otros muchos autores el singular rutero del narrador, convertido en un moderno Quijote dispuesto a cabalgar la llanura en defensa de la literatura. Pero en esta tarea Girondo no está solo: en Chile, al iniciar su aventura, el héroe de Vila-Matas ha hecho algo más que pensar en la pólvora y la muerte, y ha encontrado el escudero que le faltaba para no caer en la irrealidad total. Su nombre es Felipe Tongoy, nacido de una familia de inmigrantes judíos-húngaros y actor de profesión, “conocido por haber sido  hombre-libélula en una película de Fellini y por haber encarnado al  actor húngaro Bela Lugosi en una biografía fílmica de ese personaje”.
Dice Girondo que Tongoy tiene un fuerte parecido con Nosferatu, el vampiro enfermo de no poder morir. Raro, porque entonces es como si Girondo hubiese venido al encuentro de su escudero cuando Vila-Matas aterrizó en Santiago. Más aún: como si los mecanismos de la creación literaria, con sus azares, sus cigarrillos y conversaciones hasta las cinco de la madrugada, se transformaran en el argumento de la novela desde el momento en que “El Mal de Montano” trata de la enfermedad de la literatura. Sólo falta viajar a Budapest, al corazón de la literatura centroeuropea, para que el relato sea la crónica de un murciélago. De hecho, el escudero Tongoy seguirá a  Girondo a Barcelona para servir de extra en una película sobre balleneros que Rosa, la mujer del narrador, planea filmar en las Islas Azores. Se trata de una nueva alteración asociativa, protagonizada esta vez por el voluntarioso capitán Achab ante el renunciado escribiente Bartleby, los dos héroes antipódicos de Melville.

Hay otras esferas que se juntan en este libro que es casi breve para su condición interminable, pero sería agotador tratar siquiera de enumerarlas. Baste decir que una de las principales es la recuperación del nexo filial. Hijo sin hijos, Girondo necesita de la invención de Montano para sobrellevar la carga. Luego, cuando repara que su verdadera cura está en la propia enfermedad, acepta que Tongoy tome el puesto del hijo inexistente y sea su escudero en el delirio. Se trata, también, de un mecanismo de desaparición, propósito explícito en el epígrafe de Maurice Blanchot, al inicio del texto: “¿Cómo haremos para desaparecer?”.

La incorporación del hombre más feo del mundo a la trama de la novela es acaso una de las respuestas posibles de Vila-Matas. Al descubrirlo, el autor dejó una imagen indeleble de la visita que realizara a Chile en vísperas de aquel Año Nuevo 2001: la imagen de un escritor que camina fuera del encuadre, de la página y de la realidad elegidas para sanarlo de Montano y el mal. /
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