ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Kaye Donachie

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OTRA HISTORIA

MARÍA TENA

Mientras cenábamos anoche en ese mínimo restaurante gallego que hay al lado de casa y,  te oía hablar, me parecía raro y conmovedor que siguiésemos ahí desafiando los años, las peleas, los desencuentros. Y tiene gracia que aún siga recordando tu barba como cuando era más larga y un poco y pelirroja.

Nunca hemos vivido juntos mucho tiempo, pero aún puedo adivinar lo que vas a pedir esta noche así que, cuando eliges menestra y merluza, sonrío y no digo nada. Siempre te molestaba esa parte de marisabidilla, ese empeño en adivinarte el pensamiento. Y sigo preguntándome después de tanto tiempo por qué no acabas nunca de irte del todo. Ya no eres mi amante, y, desde que te fuiste a vivir a Argentina ni siquiera has sabido ser ese amigo al que uno cuenta sus proyectos y sus penas. Pero seguro que lo sabes, que adivinas que ya me he acostumbrado y que nunca podré echarte del todo. Y que cada cierto tiempo recordaré aquel viaje a París, aquel colchón junto a la ventana por la que entraba el sol también en el invierno, o tu nuca inclinada sobre la mesa, fija en los temas de la oposición. Y que volverá aún ese bar de Alcalá de Henares y el tipo aquel que se acercó con un décimo de lotería. “A mí ya me ha tocado”, le dijiste.

Todo se complicó cuando empezamos a tomárnoslo en serio. El primer día que hablamos del futuro se lo contaste a tu mujer. A los tres días yo le advertí a mi marido que había conocido a alguien. Eran los tiempos de Franco y éramos de izquierdas. Podías acostarte con otro, pero nunca mentir o engañar a tu pareja. Contar era sádico y poco práctico cuando todavía no había una decisión tomada. Pero éramos progresistas. Amar no podía ser una obligación ni un sacrificio. Y fingir era lo último. Éramos tan buenos, tan leales a pesar de todo, que no conseguí elegir, tomar una decisión definitiva. Necesitaba aire.

Aquel día en que murió el dictador creímos ser más libres todavía. Era la democracia, el país reventaba de entusiasmo. Por qué precipitarse. Íbamos a votar. Todo lo bueno estaba por venir. Pero una tarde tonta, me viste seria, te hartaste de mis dudas y me quedé sola.

Tres meses después, sonó el teléfono. Desayunaba en la cocina de la casa nueva y supe sin descolgarlo que eras tú. También entraba el sol por los cristales grandes. Qué poco le ha durado esta vez el cabreo, pensé y durante unos segundos fui feliz, más que nunca. Pero tu voz no era la de siempre. “Te llamo para decirte que me caso y que tú tienes la culpa”.  Era la segunda vez. Y lo hacía por mí.

Mientras ceno contigo vuelven a atacarme las sospechas. Has venido por algo, a contarme algo. ¿No será porque vuelves a casarte? 

Porque también recuerdo todas las veces que me has contado que te casabas. Esa manía. Menos mal que lo nuestro es otra historia.


*Publicado en El País Semanal en 2019.

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