ENRIQUE VILA-MATAS TEXTOS 
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Cuadro de Joaquin Risueño
Cuadro de Joaquin Risueño.
Prefacio a la edición francesa de La Princesa y el Pescador,
de Minh Tran Huy.



Esencialmente, La princesa y el pescador es un libro sobre el silencio. La novela cuenta la historia de un desencuentro amoroso, pero de fondo hay una serena meditación sobre el silencio, puntuada por la melodía terrible del sentimiento de las cosas, ese tipo de melancolía que los japoneses llaman mono no aware- y que es un taciturno sentimiento de resignación ante la belleza entrevista y perdida. El mono no aware –expresión japonesa que la autora de esta novela puede haber rescatado del título de un antiguo poemario de Jacques Roubaud- es precisamente el hilo de seda que va trabando la narración de esta historia sobre tantos silencios, empezando por el de la muchacha enamorada, contrafigura de la propia Minh Tran Huy, que, al parecer, en la redacción de La princesa y el pescador tuvo presente una metáfora hallada en Vercors, en su extraordinario libro Le silence de la mer: la imagen de las aguas calmas y lisas en la superficie conviviendo con los combates terribles que al mismo tiempo libran en las profundidades grandes monstruos marinos.

Eligiendo como espejo esta obra de Vercors (obra que fue, por cierto el primer libro que publicó Editions de Minuit, editorial clandestina creada por la Resistencia durante la ocupación nazi de Francia, y libro al que Sartre, con su asombrosa miopía, vaticinó el olvido en menos de cincuenta años: está claro que nunca pudo imaginar que una escritora francesa de nombre vietnamita, Minh Tran Huy, pulverizaría su profecía), la autora de La princesa y el pescador se propuso buscar una escritura que fuera tersa y contenida, aparentemente lisa y esquiva con el dramatismo fácil, tratando así de lograr que resaltaran mejor las tragedias y los desarraigos que padecen sus personajes centrales, empezando por el encarnado por la contrafigura de la propia narradora, que es hija de vietnamitas nacida en Francia, en la población de Clamart, Hauts-de-Seine, y cuya identidad –como si fuera La mujer de las dos sonrisas, ese libro de Arsène Lupin que lee ella junto al Sena- oscila entre dos polos (la enigmática Vietnam y la no menos enigmática Francia natal) que unas veces cohabitan y otras se enfrentan y que a fin de cuentas siempre acaban convirtiéndola a ella en un ser tan desarraigado en el mundo como puede que lo sean sus padres, que escrutados por su hija en una  visita veraniega al Vietnam son “seres nacidos aquí y que viven allí y que no son de parte alguna”.

Tampoco de parte alguna parece ser la narradora del libro, enamorada del silencio que envuelve la historia de su amor frustrado. El silencio es el eje del libro. Lo que no se dijo y pudo decirse, lo que se quedó para siempre combatiendo con otros monstruos en el fondo del mar. En un momento determinado el joven Nam cree que su amiga es su hermana pequeña y que los dos se parecen y tienen un aire de familia evidente. Y sin embargo no se parecen por el aire fraternal, no son idénticos a causa de ese supuesto vínculo: “En verdad, lo que nos aproximaba hasta convertirnos en hermano y hermana no se debía a nuestro físico, ni a nuestras raíces, sino al silencio del que nunca nos hemos librado”. Lo que une a la chica con su amigo Nam “se debe menos a lo que nos revelamos que a lo que callamos, a todos nuestros secretos por omisión, a todos aquellos sufrimientos que no mencionamos, porque no eran los nuestros o porque lo eran demasiado”. En el mundo de los dos jóvenes no hay lugar para el ruido, los gritos, la cólera, las guerras, los colonialismos. “Y aunque estuviera permitido mostrarse triste o fatigado, quejarse no formaba parte de las costumbres”.

Y sí, así es. Minh Tran Huy es la escritora de ninguna parte. No deja de ser chocante y  paradójico que ocurran estas cosas cuando a la narradora de este libro la habíamos situado en el Vietnam, o en París con ropajes de novelista vietnamita. Pero la gracia de La princesa y el pescador –titulo que surge de una leyenda que es toda una gran teoría sobre la naturaleza de todo enamoramiento, pues  da todo tipo de esperanzas al amor frustrado al asegurar que el amor verdadero está predestinado y, si no ha podido realizarse en este existencia, tendrá siempre derecho a una segunda oportunidad en la siguiente, y el ciclo se perpetuará, de reencarnación en reencarnación, hasta la unión de los amantes- estriba precisamente en ese espíritu de completo desarraigo que atraviesa –como un viento de acero en el desierto más frío- toda la novela, vertebrándola de golpe con el más helado soplo de ese mono no aware, desasosiego de los que han entrevisto la belleza –a veces en primeras nupcias con Murakami y Scott Fitzgerald- y saben que es posible liberarse de lo real, y tal vez por eso escriben, para deslizarse hacia otros mundos, para recuperar a seres amados y caminar con ellos, envueltos en el más profundo y sereno silencio de superficie marítima, caminar con ellos para siempre a su lado, como si nada antes hubiera pasado, como si todos de común acuerdo quisiéramos ya dejar de ignorar que, al sur de la frontera y al este del infierno, se encuentra este lado inequívoco del paraíso. Minh Tran Huy pertenece a una generación de escritores jóvenes que han escalado las cumbres mismas del mono no aware, pero que al mismo tiempo son conscientes de que no se va muy lejos con la nostalgia y que es mejor escribir, escribir bien, como hace Minh Tran Huy.

Yo estoy seguro de que ella sabe –la he visto una tarde en París, pero es suficiente- que escribir bien depende antes que nada del cumplimiento de un deber moral, es decir el deber de ser fiel a uno mismo. La idea de la importancia del "yo" está en la base de esta idea. El escritor percibe el mundo a través de una serie de sensaciones, experiencias e ideas, que le son propias. Muchas de ellas están albergadas en su inconsciente. Solo negociando con este inconsciente –como tan maravillosamente hace Minh Tran Huy en la suave historia de amor y silencio que el lector tiene ahora en sus manos-, sólo hurgando en su ser verdadero, esa identidad profunda que es “de ninguna parte” puede aparecer en lo que uno escribe. Pero para todo eso –es mi opinión-, antes uno tiene que eliminar el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son de uno sino de otros, las sentencias, las frases hechas, los mitos históricos, las falsas leyendas. Una vez eliminado todo eso, uno se encuentra con algo que se aproxima a la verdad de su propia concepción. Y al silencio que pone en marcha la obra.

No dudo de que encontrar la verdad interior para reflejarla en lo que ella escribía  no fue para Minh Tran Huy tarea fácil. Un buen libro es la consecuencia de una operación arriesgada para el escritor: la de sacar a luz los incidentes personales que anidan en la oscuridad. De ese modo, uno escribe en realidad de aquello que no sabía que le preocupaba. A Minh Tran Huy seguro que le preocupan hoy en día cosas distintas de las que le inquietaban  cuando escribió La princesa y el pescador: aquellos días en los que subió a la superficie lisa y calmada de su mar interior los conflictos que anidaban en la oscuridad de sus profundidades con monstruos. Hoy, Minh Tran Huy comienza a dejar atrás el silencio que, paradójicamente, alimenta –y seguirá alimentando por mucho tiempo- la superficie del mar, la calma y melancolía de su obra felizmente en marcha.

Enrique Vila-Matas

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