ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Mae West
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Paul Eluard
Paul Eluard




Muere Maurice Nadeau
a los 102 años
DOCTOR PASAVENTO, según MAURICE NADEAU
(o ya no podré pasar por la rue Vaneau sin pensar en Vila-Matas)

MAURICE NADEAU


(…) Estaba, pues, leyendo Doctor Pasavento, la obra más reciente de Enrique Vila-Matas traducida al francés; ese autor barcelonés ex inquilino de Marguerite Duras, del que me he convertido en un admirador. Luego, volví incluso a leer al famoso Doctor, y, si bien me parece que después de la página 350, Enrique se excede un poco, no dejo de sentir la misma hipnótica admiración que por su El mal de Montano o sus Bartlebys.

Enrique necesita un modelo, a partir del cual poder bordar, soñar, imaginar, dorarnos la píldora. Han sido Kafka en Hijos sin hijos, Melville, algunos suicidas ejemplares que conocía, ávidos de desaparecer, y, por supuesto, ha leído a Breton, Blanchot y algunos otros. Vila-Matas no sale de la nada, no teme dejar entrever sus fuentes.

En esta ocasión, encontramos a Blanchot, para quien la escritura es ausencia y voto de silencio, a falta de la desaparición del autor, cambio de identidad, vocación de neutralidad, aspiración a la nada. Hay otros, como T. R. Pynchon, el novelista estadounidense autor de V., que desapareció en una vida de vagabundo y nunca se dejó fotografiar, salvo cuando era muy joven. Y sobre todo el suizo Robert Walser, quien pasó los últimos veintidós años de su vida en una institución psiquiátrica de Herisau, cerca de Lausana, antes de morir una Navidad en un sendero nevado en la montaña. Walser, el inmenso autor de Jakob Von Gunten y de esos microgramas de los que hablamos aquí recientemente, Walser que no quería escribir más que sobre naderías, no aspiraba más que a ser nada. De nuevo Vila-Matas pone en escena, con maestría, el tema que desde hace mucho tiempo lo obsesiona: el de la muerte del sujeto en Occidente, el de la desaparición.

Su doctor Pasavento es él mismo, Vila-Matas, que viene a París para la promoción de su libro más reciente y es alojado por su editor en el Hotel de Suéde, en la rue Vaneau, en el séptimo distrito. El escritor, agobiado por su fama, huye de quienes podrían reconocerlo, se trasviste en psiquiatra. Habla y actúa como tal, pues quizá tuvo ciertos estudios de medicina, antes de que esta nueva personalidad también lo harte y entonces se haga pasar por otro doctor (Ingravallo en este caso). Pero resulta que otro escritor, Pynchon, se le mete en la cabeza, se hace pasar por él, para después elegir una nueva encarnación: la de un autor que fue conocido, hoy en día casi desaparecido, Emmanuel Bove, el autor, entre otros, de Mes Amis en los años veinte, que, justamente, alguna vez se alojó en la rue Vaneau.

Esta rue Vaneau, que conozco pero prometo recorrer en nuevo conocimiento de causa, es la calle de Gide, recordemos, el más ilustre de sus habitantes, pero también, gracias a Vila-Matas, es la calle de Saint Exupéry, o de su mujer, de la farmacia Dupeyroux, de la embajada de Siria, del Hotel de Suéde desde donde tiene vista a Matignon, de una extraña mansión en cuyo primer piso todas las noches, a eso de las ocho, se iluminan tres de las ventanas y tras ellas se adivinan tres siluetas inmóviles. Descubre que en esa casa se alojó Karl Marx en una de sus estancias en París y que ahí nació su hija Jenny. Un mundo resucita, a la vez real e imaginario, poético, mítico. Ya no podré pasar por la rue Vaneau sin pensar en Vila-Matas. Como no puedo evocar el bulevar Bonne-Nouvelle sin pensar en Bretón y en su Nadja.

Sucede lo mismo con la expedición de Pasavento a Suiza, su visita a Herisau, el hospital psiquiátrico en el que Robert Walser terminó su vida. Y lo vemos como psiquiatra y a Walser como paciente del que ignoramos que es el escritor de las naderías. O cuando el autor que firma Vila-Matas hace creer que en su juventud fue estudiante de psiquiatría, o joven mandarín, en Nápoles. O cuando, ya no sabemos quién es, quizá no lo sabe tampoco él mismo, un ectoplasma, ve a sus padres ahogarse en el Hudson, se inventa una adolescencia estadounidense en un Broadway que se confunde con su infancia en Barcelona. Vila-Matas no delira. O más bien, su delirio está de tal manera injertado en las realidades más prosaicas que la mezcla resultante es explosiva. Acrobacias que contemplamos con ojos desorbitados.

De paso, Vila-Matas evoca al chileno Roberto Bolaño, de quien Jacques Fressard nos ha hablado recientemente en La Quinzaine. Y quien, instalado en Barcelona donde murió, a los cincuenta años, en 2003, también está obsesionado con la desaparición. No pude más que leer los primeros capítulos de Los detectives salvajes, novela en la que pone en escena a un grupo de jóvenes poetas mexicanos de los que supe de su existencia del todo real hace unas cinco décadas, y veo el parentesco de estos dos novelistas, Vila-Matas y Bolaño, capaces de transmutar lo que llamamos realidad no solamente en ficción, cosa que hace todo novelista, sino en lo que habría que llamar SURREALIDAD (*), que es algo distinto del bueno y viejo género fantástico. Algo bueno, que no tiene que ver con la autoficción de moda. Me digo que los aspirantes a narradores franceses harían bien en aprender de este español y de ese chileno. Ya sé que aquí tenemos a Modiano, Michon y Echenoz, que no son poca cosa.

Fragmento del artículo de Nadeau en La Quinzaine Litteraire, 16 abril 2006.


(*) Maurice Nadeau, nacido en 1911. Gran autoridad indiscutible de las letras francesas. Mítico fundador del movimiento surrealista con André Breton y autor de la  fundamental, imprescindible Historia del surrealismo (1945). Ha sido crítico de L'Express, France-Observateur, director literario de Combat y actualmente es el director de la muy prestigiosa La Quinzaine Litteraire.

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