ENRIQUE VILA-MATAS LA VIDA DE LOS OTROS 
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Giuseppe Montesano, febrero 2009



MAI ABBASTANZA WAKEFIELD
Un omaggio minimo a Vila-Matas

Giuseppe Montesano




EL SUEÑO DE MONTESANO

JOAN DE SAGARRA - 26/04/2006

Hace unas semanas, Félix de Azúa escribía en El Periódico sobre la ciudad de Barcelona: "Esta es una ciudad sin ley. Ya es demasiado tarde para la disciplina: la etiqueta de ´ciudad más anárquica de Europa´ tiene cartel para años. Estamos desplazando a Nápoles". Y si lo dice Azúa debe ser verdad, porque el amigo Félix es de los catalanes que mejor conocen la ciudad de Nápoles, la Nápoles del sobresalto y la otra, la vieja capital del Reino de las dos Sicilias, por la que Félix se pasea como un culto flâneur crociano, como uno de aquellos señoritos del Grand Tour que hubiese perdido el barco o el tren de regreso al hogar y matase las horas conversando con el fantasma del príncipe Raimondo di Sangro y zampándose una docena de babás en la terraza del Gambrinus.

Que Nápoles es un desastre, que la circulación es caótica, que es una ciudad sucia, peligrosa e ingobernable ya lo sabíamos. En realidad, eso es lo que saben de Nápoles la inmensa mayoría de los españoles, los que la han visitado y los que no. Muchos de mis amigos me confesaron haberla cruzado despavoridos, huyendo de ella camino del puerto para coger el barquito que les llevaría a Capri. Para ellos, Nápoles es una película, Carosello napoletano, de Ettore Giannini (1952), o L´oro di Napoli, de Vittorio De Sica (1954); media docena de cancioncitas con la inevitable "retorichetta a base di golfo e de colline fiorite", de que hablaba Matilde Serao, y una novela, Lapelle, de Curzio Malaparte, que se publicó en 1949 y los españolitos leímos en la edición castellana a principios de los cincuenta a escondidas de nuestros padres.

Me dirán que exagero. Tal vez, pero no en lo referente a la literatura, a la literatura que ha generado la ciudad de Nápoles y que nos es prácticamente desconocida. Y no me refiero tan sólo a autores locales que no han superado la retorichetta de postalita luminosa o canalla, me refiero a autores con un cierto peso, cuya obra trasciende la estricta crónica napolitana y es reconocida internacionalmente. Pondré un par de ejemplos. A raíz del fallecimiento de Anna Maria Ortese, los españoles se enteraron de que esa señora era la autora de una famosa novela, Il mare non bagna Napoli, que en su día fue traducida al castellano y de la que nadie se acordaba. Y otro tanto pasó con otra novela de un importante escritor napolitano, Raffaele La Capria. Cuando hace un par de años la editorial Parténope  publicó la traducción castellana de Ferito a morte, nos enteramos de que dicha novela ya se había traducido en los años sesenta sin despertar la más mínima curiosidad.

No deja de ser sorprendente que una ciudad como Barcelona, una capital mediterránea con lengua y cultura propias, que se ha autofabricado una personalidad como capital del Libro y la Lectura, con mayúsculas, apadrinada por el mismísimo Cervantes, desconozca la literatura napolitana, que la duplica cuando no la triplica en títulos, y con una calidad, por lo que a los autores se refiere, que iguala a los nuestros cuando no los supera.

Dicho esto, no me queda más remedio que predicar con el ejemplo y ponerles al corriente de mi último descubrimiento, que me llega de la mano de la editorial Parténope, la misma que nos redescubría a Raffaele La Capria; una modesta y ejemplar editorial de Orihuela que recientemente ha publicado un par de títulos del para mí más interesante escritor napolitano actual: Giuseppe Montesano (Nápoles, 1959). De Montesano, Parténope ha publicado En el cuerpo de Nápoles (1999) y De esta vida mentirosa (2003, premio Viareggio), dos novelas que junto a A capofitto (1996) constituyen la trilogía napolitana de su autor.

Montesano ejerce de profesor de filosofía en un instituto de Sant´Arpino, donde reside, en la provincia de Caserta. Es un gran conocedor de la literatura francesa y ha traducido al italiano a autores como La Fontaine, Baudelaire, Flaubert o Villiers de l´Isle-Adam. Es un hombre cultísimo, una especie de Jack el Destripador que suele pasearse por el vientre y la impúdica superficie de la realidad napolitana en compañía de unos tipos tan poco recomendables como Hölderlin, Gombrowicz, Rimbaud, Nietzsche y Céline. Tras la lectura de A capofitto, relato grotesco y pirotécnico, que el propio autor definía como "el intento de una imposible convivencia entre Céline y Campanile, entre los Místicos y los dibujos animados", a uno le da la sensación de hallarse ante un Lazarillo de Tormes napolitano, corregido y aumentado por un Quevedo napolitano, el Quevedo de las jácaras y los poemas satíricos. Por un momento, da la impresión de que Montesano, como el Vila-Matas napolitano de Doctor Pasavento, es un escritor para escritores, o para lectores cultísimos, como él, tal es su afición al guiño literario o filosófico y su pasión por las citas, que manipula con maestría, cambiándoles el texto -y el significado- para mejor encanallar al personal y, a la postre, desnudarlo, fiel a la máxima de nuestro Eugeni Xammar: "Un imbécil sin cultura jamás será un perfecto imbécil".

Yo aconsejaría al lector que quisiera acercarse al corrosivo mundo de Giuseppe Montesano que lo hiciese por su última novela, De esta vida mentirosa. Ahí hallará la metáfora más bestial de la ciudad de Nápoles, una Nápoles berlusconiana (ríanse ustedes del Napoli siamo noi, el reportaje-denuncia de Giorgio Bocca), dominada por el clan de los Negromonte, empeñados en convertir Nápoles en un inmenso parque temático, en Eternapoli. "La ciudad personificaría su historia y todos los acontecimientos más importantes se celebrarían en sus aniversarios. ¿Un terremoto lo destruía todo? ¡Pues ellos lo reconstruirían y también representarían el terremoto! ¿El trabajo? Allí habría trabajo para siempre. Destruir para construir y construir para destruir, esa era la economía del futuro." ¿Los Negromonte convertidos en nuevos Borbones de Nápoles? "¿Pero qué Borbones? ¿Qué nobleza de los cojones? ¡Nosotros somos modernos, nosotros somos la nobleza!", dice uno de ellos. "¡La nobleza de los hijos de puta, la que no revienta nunca!"

¿Montesano un escritor barroco? Indudablemente. Pero, oigámosle: "Se ha escrito muchas veces que soy barroco. ¿Es verdad? No lo sé: pero si barroco es el que agiganta lo que hay para verlo mejor, si barroco es el que va en busca de la verdad escondida, si barroco es quien no se contenta con lo que dice la realidad que va con chaqueta y corbata, entonces sí, de acuerdo, soy barroco. ¿Pero lo soy yo o la realidad? En una ocasión, Gadda, un desenmascarador de demonios mezquinos, respondió por mí: Barroco es el mundo, no Gadda".

"El poder central, el ejército, las televisiones nacionales seguirían en manos del Presidente y el Gobierno les daría el Sur en concesión a los Negromonte y a los demás empresarios y, a cambio, recibirían la máxima fidelidad. Era una forma de outsourcing, ¿no? ¿No era ese el proyecto del presidente? Italia en outsourcing daría el paso definitivo hacia una sociedad en la que quien producía la riqueza también asumía el peso de gobernar." Dicen que para elaborar el personaje del Don Ferdinando, el Padrino de los Negromonte, el autor se inspiró en Marcello Dell´Utri, senador de la República, fundador de Forza Italia y amigo personal y colaborador de Berlusconi, condenado a nueve años de cárcel por un tribunal de Palermo, acusado de asociación con banda mafiosa. Montesano guarda un prudente silencio sobre el particular.

Su relación con Nápoles, como la de otros ilustres autores que le precedieron, es la de amor-odio. Se lo contaba Montesano al editor de Parténope: "De una realidad como Nápoles, manoseada por imágenes y palabras huecas desde hace demasiado tiempo, hablo sin parar y otro montón de veces simplemente me callo. Sólo puedo decirte que en la ciudad-mundo que llamas Nápoles he leído y a veces tocado con las manos una posibilidad: algo suspendido e incierto, inmaduro y otoñal, joven y antiquísimo, una fuerza que fuese la negación de toda fuerza, un saber no sólo esta vez de la cabeza, sino de todo el cuerpo, la esperanza del olvido del mal en el corazón mismo del mal. Pero todo esto, y algo más que es difícil decir porque no está hecho de palabras, me ha visitado fragmentariamente y durante un puñado de horas. La imagen tragicómica de En el cuerpo de Nápoles y la descompuesta de De esta vida mentirosa son quizá una declaración de amor: ¿a una ciudad? No a una ciudad real, sino a un sueño".

Nápoles como un sueño. En otros labios que no sean los de Giuseppe Montesano, el destripador Montesano, esas cuatro palabras podrían parecer sacadas de una de aquellas cancioncillas de la retorichetta almibarada y napolitana. Y ya que hablamos de un sueño, les diré que escribo estas líneas la víspera del partido que en el estadio de San Siro enfrentan al Milan y al Barça. Imagino que Montesano verá este partido, y quisiera imaginar que Montesano estará del lado nuestro, del Barça. Y digo esto porque Montesano, al que le encanta el fútbol, fue un gran admirador de Maradona, cuando éste jugaba con el Nápoles. Oigámosle. "Digamos que amo las novelas que son una fiesta: una fiesta al revés, un poco ebria y un poco lúcida, pero siempre fiesta, con carrozas y sonajeros y tambores y clarines y olores y comida. Y es esta fiesta que yo y tantos otros vimos en Diego, el enano divino, el adefesio bendito, el sueño platónico del balón realizado al fin, y quizá por última vez, en carne y hueso; vi la feliz sobreabundancia del arte, del arte más allá del bien y del mal, del arte siempre inútil y maravilloso, del arte que de repente te hace sentir, novela o poema o taconazo, un escalofrío que te recorre la espalda, el escalofrío que en medio del sueño universal te dice que todavía estás vivo: el arte..." Ojalá esta noche (18 de abril), Ronaldinho le haga sentir a Montesano "ese escalofrío que te recorre la espalda", y el sueño del Barça abra una puerta que permita a los lectores catalanes adentrarse, con simpatía, en el sueño napolitano de Giuseppe Montesano.

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